Tiempo Santander

Marcelino Menéndez Pelayo



Catedrático español, principal estudioso y refundidor, durante el siglo XIX, de la historia y la bibliografía literaria española e hispánica, convertido, años después de su fallecimiento, en adalid ideológico de quienes, desde la ortodoxia católica, añoraban una España monárquica cercana al Antiguo Régimen. Nació en Santander el 3 de noviembre de 1856, hijo de Marcelino Menéndez Pintado (Castropol 1823), catedrático de matemáticas elementales del Instituto Cantábrico de Santander, y de Jesusa Pelayo España (Santander 1824). Al año siguiente de su fallecimiento en 1912, el famoso fisiólogo José Gómez Ocaña (1860-1919), en su Estudio biográfico de cinco sabios españoles (Madrid 1913), inmerso en las preocupaciones raciales y antropológicas de la época, aseguraba nada menos que don Marcelino fue «un celta subbraquicéfalo, con índice cefálico entre 81,49 y 81,78».



A los seis años comenzó a asistir a una escuela de Santander, llamando pronto la atención su memoria prodigiosa (facultad que luego sería exagerada por algunos admiradores apologetas, que llegaron a sostener que, sin haber terminado de cursar las primeras letras, un mes después de haber leído El Quijote fue capaz de repetir de memoria los seis primeros capítulos...). En septiembre de 1866, con diez años, ingresó en el Instituto Cantábrico para estudiar los cinco cursos del bachillerato. Durante los dos primeros sólo se estudiaba entonces Latín y Castellano, Doctrina Cristiana e Historia Sagrada: «Estudié la segunda enseñanza en el Instituto de Santander, y tuve la fortuna de tropezar con un buen profesor de latín, humanista de verdad. Se llama D. Francisco María Ganuza, y vive aún, aunque jubilado y muy caduco» (escribe en 1893 a Clarín, MPEP 12-414). La precocidad de Menéndez Pelayo fue conocida por todo Santander en junio de 1868, cuando aquel niño de once años respondió al día siguiente al problema histórico planteado por el periódico La Abeja Montañesa:

«Santander, 23 junio 1868. Sr. Director de La Abeja Montañesa. Muy Sr. mío: Ha llamado mi atención el problema histórico que insertan ustedes en el n.º 143 de su apreciable periódico, y después de haber pensado un poco sobre ello, me parece que el hecho más notable ocurrido en España en la 2.ª hora de la 2.ª mitad del 2.º día del 2.º mes del 2.º año de la 2.ª mitad del 2.º siglo del establecimiento de la dinastía de Doña Isabel II de Borbón, o sea el 2 de Febrero de 1852, a las dos de la tarde, es la tentativa de regicidio del cura Merino contra la persona de nuestra actual soberana. Suplico a Vd. dispense la libertad que se toma su afectísimo S. S. Q. B. S. M., M. M. y P.» (MPEP 1-1)

Se conserva el autógrafo de la relación de los libros que ingresó en su biblioteca en 1868, cuando tenía doce años, veinte obras en treinta y cuatro volúmenes, en latín, español y francés: Catulo, Quinto Curcio, Ovidio, Cicerón, Fenelon, Chateaubriand, Bossuet, &c. En junio de 1871 terminó el bachillerato, obteniendo el premio extraordinario de la reválida en la sección de letras, con un ejercicio escrito sobre «Pedro I de Castilla, Pedro I de Portugal y Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso. Paralelo entre estos tres Reyes y juicios que han merecido a los historiadores».

La amistad de Marcelino Menéndez Pintado con su paisano José Ramón Fernández de Luanco (Castropol 1825-1905), catedrático de química en la Universidad de Barcelona, que estaba soltero y ese curso también se hacía cargo de un sobrino suyo que iniciaba carrera, determino que Menéndez Pelayo, bajo la tutela de Luanco, se matriculase en la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona.



«Entre las principales fortunas de mi vida cuento el haber pasado algunos años de mi primera juventud al lado de don José Ramón Luanco, paisano y fraternal amigo de mi padre. En aquel varón excelente no vi más que sanos ejemplos, y aunque he cultivado muy distintos estudios que él, bien puedo llamarme discípulo suyo, puesto que su vasta y sólida cultura se extendía a varios ramos del saber, y muy particularmente a las letras humanas, en que no sólo podía calificársele de aficionado, sino de conocedor muy experto. Él me comunicó su afición a los libros raros, y me hizo penetrar en el campo poco explorado de nuestra bibliografía científica.» (Castropol, número extraordinario dedicado a J. R. Luanco, 10 abril 1906.)



En Barcelona, en el curso 1871-72, fue alumno de Manuel Milá y Fontanals, catedrático de Historia de la Literatura General y Española; de Antonio Bergnes de las Casas, catedrático de griego y entonces Rector; de Cayetano Vidal Valenciano, catedrático de Geografía histórica; y de Jacinto Díaz, catedrático de Literatura latina. Aunque Francisco Javier Lloréns Barba, el catedrático de Filosofía, falleció el 23 de abril de 1872 (por lo que como mucho Menéndez Pelayo pudo asistir como oyente a alguna de sus últimas clases), siempre se tuvo por discípulo de Lloréns (aunque este profesor de filosofía barcelonés no dejó más escritos que su discurso inaugural del curso 1854-55).
«Yo no soy ni he sido nunca escolástico en cuanto al método: me eduqué en una escuela muy distinta; recibí, siendo niño todavía, la influencia de la filosofía escocesa, y por ella e indirectamente algo de Kantismo, no en cuanto a las soluciones, pero sí en cuanto al procedimiento analítico. A mi maestro Lloréns le debí no una doctrina, sino una dirección crítica, dentro de la cual he vivido siempre, sin menoscabo de la fe religiosa, puesto que se trata de cuestiones lícitas y opinables.» (MPEP 11-517)
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