¿Población, economía y territorio? ¿Territorio, economía y población?... ¿Qué orden puede proponerse a estostres factores para entender la actual realidad geográfica de Cantabria? Sin duda alguna, el segundo orden de factores ayuda a entender ésta mejor que el primero. En efecto, el factor territorial es la clave en la reconstrucción de la historia económica, social y demográfica de la región. Tal vez en ningún área como en la región cantábrica este factor haya tenido –siga teniendo actualmente y llegue a tener en el futuro– tanto peso e importancia.
En el caso de Cantabria, el territorio ha condicionado históricamente el poblamiento, las comunicaciones, el desarrollo económico y la propia dinámica demográfica. El territorio es a la vez factor limitante y factor potenciador, dependiendo del momento histórico, del ciclo económico, de los cambios sociales y culturales. Actualmente se hace necesario traerlo al primer plano. El territorio importa, e importará cada vez más, como soporte de actividades, pero también como recurso –recurso escaso– y como patrimonio a proteger y preservar. En el caso de Cantabria, el territorio es singular, diverso, heterogéneo... pero a la vez frágil; de ahí la urgente necesidad de evaluarlo, de protegerlo y de preservarlo para las generaciones futuras.
El segundo de los factores que hay que considerar es el económico. La economía de Cantabria, a lo largo de los últimos dos siglos, ha experimentado profundos cambios, ha conocido diferentes ciclos. La actividad económica ha dejado su huella en el paisaje de la región. Éste, cual si de un palimpsesto medieval se tratase, ha sido escrito y rescrito en cada etapa y ciclo económico hasta llegar a la forma, imagen y características actuales.
La huella de la actividad del hombre en el paisaje –en grados de mayor intensidad– es patente en todas sus comarcas y valles y a lo largo de su historia. La temprana explotación de sus recursos forestales (primero autóctonos: robles, hayas... en relación a las necesidades de la Marina española a lo largo del siglo XVII y XVIII; posteriormente, a finales del XIX y buena parte del XX, la explotación de especies de repoblación: eucaliptos y pinos, fundamentalmente, para cubrir las necesidades de la industria papelera); el desarrollo ganadero desde el siglo XIX y la extensión de la pradería a costa de los bosques; el impulso dado al comercio y la apertura de nuevas vías de comunicación (esencialmente el camino de Castilla por el valle del Besaya en el siglo XVIII); la actividad minero-industrial a lo largo del XIX y los tres primeros cuartos de siglo XX, y finalmente el desarrollo del sector terciario y singularmente la actividad turística en la comarca costera, han propiciado la concentración espacial de actividades y un proceso de urbanización sostenido –acelerado en algunos momentos de la historia reciente– que ha presentado diferentes formas y manifestaciones.
Actualmente, y desde la perspectiva geográfica, la actividad económica nos permite definir, en sucesivas aureolas territoriales, diferentes espacios económicos, en función de cuál sea el sector económico dominante: el terciario, en Santander, en las villas costeras y las cabeceras de comarca interiores; el secundario, en el valle del Besaya y en los municipios del fondo sur de la Bahía de Santander; y el primario, finalmente, en los valles interiores.
El tercer factor es el demográfico. La población siempre ha jugado el papel de variable dependiente, pero es justamente ese papel subordinado el que la convierte en indicador de primera importancia, en reflejo, en perspectiva de análisis desde el que los demás factores pueden ser abordados.
La población en Cantabria, que ha duplicado con creces sus efectivos a lo largo del pasado siglo (276.003 habitantes en 1900, 549.690 en la actualidad), puede –y debe– ser analizada desde dos enfoques complementarios: el geográfico y el demográfico.
Desde la perspectiva geográfica puede constatarse de forma nítida el cambio y la profunda transformación que ha experimentado la distribución de la población en el territorio regional. Hace una centuria, esto es, en el lapso de poco más de tres generaciones, Cantabria era una región eminentemente rural: la actividades ligadas al sector primario (explotación de recursos forestales, extracción de minerales, agricultura, horticultura y fundamentalmente ganadería) daban trabajo a uno de cada dos cántabros ocupados: actualmente, el sector ocupa tan sólo a 7 de cada 100 y sigue perdiendo peso laboral y económico tanto en términos absolutos como relativos (en 1986, lo hacía 21 de cada 100). En relación al poblamiento, 66 de cada 100 cántabros vivían, en 1900, en núcleos de menos de 1.000 habitantes; actualmente, lo hacen, tan sólo, 24 de cada 100).
La Cantabria rural jugaba en 1900 el papel de reserva demográfica: los más de mil núcleos rurales conocieron al principio del siglo XX su momento de plétora poblacional; sin embargo, a lo largo del siglo fueron perdiendo efectivos de forma incesante y sostenida: hasta mediados del siglo la emigración –crónica– que soportaba era menor que su excedente natural, por lo que su saldo demográfico era positivo. Después de 1950 se inicia y se acelera progresivamente el proceso de emigración: el saldo demográfico, entonces, se torna negativo: el número de emigrantes supera al excedente natural y se inicia y acelera el proceso de despoblación. Actualmente, aunque los flujos emigratorios se hayan frenado –o incluso invertido en algunos núcleos rurales–, el proceso de despoblación por desvitalidad demográfica, por agotamiento biológico, por envejecimiento, continúa, lo que explica que hoy en día más de tres cuartas partes del territorio regional presenten un balance natural (nacimientos menos defunciones) negativo.
La Cantabria urbana, si por tal consideramos la de los escasos núcleos de más de 2.000 habitantes, experimentó justamente el proceso contrario: inmigración incesante, rejuvenecimiento, revitalización demográfica, crecimiento poblacional. En la segunda mitad del siglo XX la región experimenta un acelerado proceso de concentración demográfica, muy selectiva espacialmente: serán únicamente la capital regional, Torrelavega, Reinosa en Campoo, las villas costeras y, en menor medida, las cabeceras de comarca o centros funcionales de los espacios rurales interiores (Potes en Liébana, Cabezón de la Sal en el valle del Saja, Ramales de la Victoria en el valle del Asón, o Selaya en el área pasiega...) los que se constituyen como únicos espacios progresivos, concentrando actualmente al 65% de la población regional.
En la última década se confirman y refuerzan procesos ya iniciados en las anteriores y se desarrollan otros nuevos, como el de la peri-urbanización, paralela al incipiente proceso de pérdida de población en los principales núcleos urbanos, o el del crecimiento demográfico de los espacios turísticos, algunos de los cuales han pasado de espacios de segunda residencia en los setenta y en los ochenta a ser residencia principal en los noventa, como es el caso de Castro Urdiales respecto al área metropolitana de Bilbao, de la que gravita y depende funcionalmente. Por otra parte, durante el último decenio asistimos, asimismo, a la desaceleración del proceso de despoblación rural en la mayor parte del territorio rural cantábro y al final del proceso de concentración demográfica y crecimiento en los polos urbanos.
Como consecuencia de los fenómenos demográficos analizados, los contrastes en cuanto al nivel de ocupación del espacio regional, que eran ya notables en 1900, se remarcarán a partir de 1950. En la actualidad los desequilibrios poblacionales en la región son fortísimos, mostrando gradientes de densidad desde los menos de 10 habitantes por km2 en los espacios interiores de montaña, a los más de 3.000 habitantes por km2 alcanzados en los municipios urbanos y periurbanos.
Además, Cantabria, como consecuencia de la movilidad interna de su población a lo largo de este siglo –y sobre todo a partir de 1950– evidencia, junto a sus marcados desequilibrios en cuanto a la distribución de su población, desequilibrios, si cabe aún más fuertes, en cuanto a sus estructuras por edad y sexo: la Cantabria central definida por el área metropolitana de Santander y el área urbana de Torrelavega, así como por la mayor parte de los municipios de la comarca costera oriental (eje Castro Urdiales-Noja), las excepciones ya señaladas de Reinosa y Enmedio y las cabeceras de comarca exhiben una estructura demográfica predominantemente joven o, para ser más precisos, adulto-joven. A esta Cantabria rejuvenecida se opone la Cantabria envejecida de los valles interiores: Liébana, el valle del Nansa, el tramo alto y medio del Saja, Campoo y los valles del sur, Soba y el Alto Asón, con las excepciones ya señaladas de Potes, Reinosa y Campoo de Enmedio, y, en menor medida, de los municipios pasiegos.
Desde la perspectiva social, Cantabria ha experimentado, asimismo, profundos cambios: la vieja sociedad rural, jornalera y campesina de hace una década, la Cantabria industrial e industriosa del obrero mixto de mediados de siglo, se ha transformado en las últimas décadas en una sociedad urbana y de clases medias.
¿Cuáles son los retos futuros de la sociedad de Cantabria en la actualidad? Sin duda, el primer reto es de carácter territorial: Cantabria ha de seguir profundizando –pero ordenando y controlando– su proceso de urbanización y promoviendo medidas decisivas que den respuestas a los notables desequilibrios y desigualdades tanto demográficos como de renta y de calidad de vida que presenta a escala interregional.
El segundo reto es de carácter demográfico: Cantabria debe afrontar el acelerado proceso de envejecimiento que la caída sostenida de la fecundidad a lo largo de las últimas décadas ha provocado y que la han llevado a que actualmente no esté asegurado –ni al 50%– el reemplazo generacional. Los efectos de la caída de la fecundidad actualmente no son, desde la perspectiva económica y social, muy negativos, pero lo serán en un futuro no tan lejano, cuando alcancen la edad de la jubilación las crecidas cohortes demográficas del desarrollismo de los sesenta.
El tercer reto es de carácter social y económico: Cantabria debe propiciar la modernización económica, social, cultural y científica (en relación al mismo, el papel de su Universidad seguirá siendo fundamental) y definir un modelo territorial apoyado en una distribución equilibrada de los equipamientos y de los servicios.
El cuarto reto se relaciona tanto con las comunicaciones interiores e interregionales (ferrocarril de alta velocidad, autovías, puertos, aeropuertos...) como con las telecomunicaciones. Las comunicaciones de transporte y las telecomunicaciones jugaron y seguirán jugando en el futuro un papel decisivo. En relación a estas últimas, el desarrollo de infraestructuras ligadas a las nuevas tecnologías de la información desarrollarán una función tan importante como las infraestructuras de transporte en los siglos XIX y XX.
El último reto de Cantabria –al fin y la postre, el definitivo y más determinante para su futuro– es que la región encuentre su lugar y función en un contexto económico, tecnológico, científico y cultural cada vez más competitivo, que ya no es sólo interregional sino global. Para ello habrá de apoyarse y potenciar en mayor medida sus principales recursos, sus principales activos: un valioso patrimonio territorial, paisajístico y cultural, una población cada día mejor formada y una demostrada capacidad de iniciativa económica y empresarial.
Pedro Reques Velasco
Profesor titular de Geografía Humana.
Universidad de Cantabria
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